El pasado 20 de Diciembre se ha publicado en La Voz de Galicia el siguiente artículo. Al leerlo nos ha hecho reflexionar sobre cómo pueden llegar a sentirse nuestros mayores más cercanos por nuestra falta de atención. Y dice así:
Y volver a escribir: Volver a escribir una tarde, a cualquier hora. Los dedos, fríos. Los dedos, que se calientan sobre las teclas. Y piensas en tu juventud. Y los recuerdos ya no calientan el corazón. Son solo esériles imágenes que no calientan nada. Miras hacia el cuarto vacío del fondo. Ya no hay ruido de niños. Ya tus hijos son mayores. Son niños mayores. Tienen sus vidas y nunca te vienen a ver. Para qué. Quién quiere ver a un saco de huesos. Quién quiere estar fente a una piel arrugada. Qué absurdos y desconsiderados son los jóvenes. Una lástima, horas de ceniza. Envejecer es un oficio triste. Y a tu lado, el sofá grande, en el que siempre echaba la siesta tu mujer. Ella se fue hace un año. Y parece que todavía ves el hueco de su cuerpo en el sofá. El hueco de su cadáver lo ves ahí. Al fondo, la televisión encendida, una hora tras otra, con su hojarasca vacía. Hacerse mayor para demasiados consiste en despedirse en cámara lenta. En pasmar sin ilusiones, sentado en una butaca. Viendo cómo las horas se tachan, un día tras otro. Y encima el mar furioso, muy furioso. Y ya se te pasaron las ganas de escribir. Las ganas de teclear la música muda de tu vida, de tu muerte.
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